-Tócame –le pidió el libro a la pluma.
-No me pidas eso. Sabes que si lo hago me condenarán por
sacrílega – le respondió conmovida.
-¿Es que no te gusto? –insistió el libro.
-Me vuelves loca. La tercera frase del cuarto capítulo
justo después del punto y seguido, es lo más tierno que he leído en mi vida. Y
esa metáfora que escondes en la página 32…
La sintaxis que te corre por las venas es tan perfecta que parece de
otro mundo. Tus silencios al final de cada capítulo. ¿Cómo no vas a gustarme,
si la suavidad de tus hojas eclipsa la piel más tersa y el tacto de tu cubierta
me hace soñar con tormentas tropicales? Tienes las guardas más locas que
conozco y los créditos más sosos del mundo.
-Entonces, tócame –volvió a pedirle el libro. Y la pluma
lo tocó. En la portadilla le dedicó un poema; en la página cincuenta y tres
subrayó la palabra amor. Fue en el capítulo siete donde dibujó una carita feliz
entre dos palabras esdrújulas. Y en medio del sujeto y el predicado de la
novena oración del inicio del tercer párrafo del capítulo seis, hizo crecer una
margarita. Le regaló un sol redondo y despeinado en el ángulo inferior derecho
de la página siguiente a la muerte del marinero, y guardó en un cuadrado
encadenado la palabra traidor.
Con cada
trazo que la pluma garabateaba en sus páginas, el libro sentía más y más cerca
el orgasmo. Ella se relajaba y el amor entre ambos
crecía y crecía. Y cuando la pluma repasó la palabra fin y dibujó sus iniciales
en letras capitales sintió que el libro temblaba y se dejaba cerrar dulcemente.
Cuando el
libro volvió a su lugar en la estantería, ya no se sintió solo. Guardaba en su
interior un diccionario de las emociones que había provocado.
23 de abril de 2014.
¡Feliz día del libro!